El despertar de la vid
Además de por la fecha del calendario, existen miles de indicios en la naturaleza que nos indican la llegada de la primavera, esa estación tan especial en el mundo rural. La primavera es renacimiento, es vida, es despertar. Y el despertar de la vid es, en el sector de la viticultura, uno de los momentos más mágicos y esperados del año.
Después de descansar durante el duro invierno, la vid comienza su ciclo vegetativo llorando. Sí, llorando, habéis leído bien. Y no llora de pena, sino porque absorbe la humedad y minerales de la tierra para que la savia empiece a circular por las raíces. Tras un duro invierno, la planta se reactiva así, preparándose para una nueva brotación y dar paso a la foliación.
Y pensaréis, ¿qué importan las hojas si el vino se produce con el fruto? La foliación de los viñedos es un momento fundamental en el ciclo vegetativo y tiene una gran influencia en el producto final. Las hojas no solo efectúan la transpiración, respiración y fotosíntesis de la planta, sino que también transforman la savia bruta en elaborada. Además, es en esa fase de fotosíntesis cuando se forman las moléculas de los azúcares y ácidos del grano que más adelante determinarán el sabor del fruto. Y, en consecuencia, del vino.
Por último, llega la aparición de las flores. Esas maravillosas y diminutas flores blancas que pueden pasar desapercibidas para el ojo ajeno, dan paso al cuajado del fruto tras ser polinizadas. De hecho, la cantidad de flores puede llegar a ofrecer un dato aproximado del volumen de la cosecha.
Como decíamos, la primavera es un momento crucial para el viñedo, cuya culminación llevará a otro momento mágico y esperado entre los viticultores: la vendimia. Pero eso ya es otra historia…